domingo, 24 de mayo de 2009

-En algún helador agosto que se baña entre hojas caducas-

En algún helador agosto que se baña entre hojas caducas, Paseando por cualquier calle, a ciegas... Me enjuagará los ojos con rocío de amor, Y me curará esta opaca ceguera Para poder verle cada mañana, Cuando los primeros rayos anunciadores del alba Se cuelen por nuestra ventana. Será él la mezcla perfecta de todos los labios que me hayan malbesado, De todos los recíprocamente malgastados. Tendrá lo esencialmente necesario para vivir en este mundo de hombres hambrientos de hombres; Noventa y nueve sueños y cien ideales. Pero ha de ser condición necesaria cumplirlos todos, O al menos la mitad. Conmigo. O sin mí. Pero no enterraré a aquel que quise por soñador Con ciento noventa y nueve deseos caducados… Vivirá seguro de sí, Y de mí. Creerá, entre avatares, en el hombre y en el amor, Y compartirá la mitad de su misterio conmigo, Reservando el resto, Para él y para Dios, Solo así podré seguir queriéndole cada mañana un gramo mas, Y el reloj de arena blanca seguirá contando los granos de playa y pasión a su lado… Conocerá la forma de todas mis sonrisas, Y el enigma cromático de cada una de mis lágrimas, Solo él sabrá la cicuta que preciso en cada momento, Y entre versos, descubrirá el secreto. Y así, en algún helador agosto que se baña entre rosas caducas, Paseando por cualquier calle, a ciegas, Encontraré sin quererlo, Al hombre de mi eternidad…

jueves, 7 de mayo de 2009

(ESTOY INTETADO ESCRIBIR UNA HISTORIA UN POCO MAS LARGA DE LO QUE ACOSTUMBRO, IRÉ SUBIENDO LAS PARTES TERMINADAS, AUN NO SE EL TITULO, PERO AQUI DEJO LA PRIMERA PARTE) Un café caliente en una mano, en la otra un cuadernito demasiado usado y un cigarro a punto de consumirse. Su mano izquierda se extendía a lo largo de la taza cafeinaza dejando libre el asa. El café quemaba bastante, pero a ella le gustaba sentir el calor en su palma, que subía por el brazo muriendo antes de extenderse por todo su cuerpo. No le gustaba sentirse muerta. Estaba sentada en su sofá de cuero. Era lo que mas le gustaba de todo el apartamento. Solía tumbarse totalmente desnuda, y solo pensaba durante largo rato… sentir la fría piel curtida en la suya le hacia sentirse viva… siempre andaba haciendo esas cosas…las sensaciones de frío, calor y dolor le cercioraban de que aun tenía cuerpo. Ahora estaba en ese mismo sofá. Su espalda estaba inclinada hacia el cuaderno, y los huesos de su columna podían contarse. Estaba demasiado delgada, pero aun así era guapa. quiza fuese su extrema delgadez la que le daba la mezcla perfecta entre elegancia y caos. Detrás de la cristalera de su apartamento se encontraba Madrid, ciudad de nadie, como ella la bautizó. Dando profundas caladas a su cigarro miraba el espectáculo de luces que ofrecía la ciudad al anochecer. Miraba durante unos segundos y luego escribía algo en su cuadernito. Nunca llegue a saber que secretos guardaba en el, pero me encantaba verla escribir. Era un cuaderno caótico, con las portadas también escritas. Estaba apurado cualquier trozo de papel escribible y sujeto con una goma de pelo para que todo quedase dentro… Siempre lo llevaba consigo. El resto del apartamento era sencillo. Tenía algunas fotos enmarcadas hechas por ella misma y un tríptico de cuadros abstractos bastante originales que compró en un mercadillo de Barcelona. No era uno de esos apartamentos sobrecargados con chorraditas hasta debajo de las mesas. La pared blanca estaba en su mayoría desnuda y la mesa solo tenía un par de ceniceros y un lapicero de macarrones que su hermana le había hecho por su dieciocho cumpleaños. La sencillez le hacia sentirse cómoda. Odiaba andar por casa midiendo meticulosamente cada paso para no romper el jarrón de Sudáfrica ni manchar la alfombra de dubai. No iba con ella. En vez de eso andaba a grandes zancadas con sus pies descalzos siempre pisando el mármol. .... Era viernes. No había salido de casa en todo el día desde el desayuno. Siempre desayunaba fuera. Cerca de su barrio había varios cafés y solía alternar. Le gustaba observar a la gente mientras tomaba un café y un croasaint. La gente era algo que no dejaba de sorprenderle nunca. Se sentaba en una cafetería a conocer el mundo que le rodeaba, con la esperanza de llegar a conocerse a ella misma un poco mas, que no por completo, pues no era ese reto fácil, y no hacia mucho había desistido, aunque no para siempre. Para Marta, nada era para siempre…Nadie se conoce al cien por cien…es parte del misterio creador, pero Marta disfrutaba enriqueciéndose con la alta variedad de tipos, mas o menos cotidianos, que madrugaban por los cafés de la capital. Estaban sus preferidos, los de siempre. Esos que cada mañana salían a la calle en busca de buen café y un poco de conversación. Quizás nunca hubo cruzado palabra con ninguno de ellos, pero les conocía a la perfección, o al menos les conocía en todo lo conocible. El hábito llenaba sus vidas y les mantenía ocupados. La mayoría de ellos eran jubilados. Puede que muchos hubiesen sido verdaderos profesionales tiempo atrás, pero ahora no les quedaba mucho más que eso; un café y un par de amigotes. Estaban también los ejecutivos, esos que solo corrían y no tenían tiempo ni para leer el suplemento del periódico. Tenían todo cronometrado. Siempre llegaban y se iban a la misma hora, y si se saltaban su horario solo pedían un café para llevar. No se fijaban en nadie, aunque por lo general eran bastante educados. Solían dar los buenos días, cosa que no muchos hacen ya, y al salir deseaban una buena jornada, y eso se agradece en tiempos como estos, aun haciéndose por conservar la fachada. Los estudiantes eran más entretenidos. Solían venir en grupos. Por lo general eran jóvenes del barrio que se juntaban antes de ir a la universidad. Sus conversaciones eran de lo más interesantes. Siempre tocaban temas de actualidad y defendían todas las posturas posibles. No es cierto eso que dicen de que las juventudes de ahora no son como las de antaño, Marta era de la opinión de que los jóvenes, tradicionales, punkis o rastafaris, siempre serán iguales. La inquietud será su principal motor, querrán cambiarlo todo desde la silla de un café, las pasiones les descubrirán el mundo y siempre dos buenas bofetadas serán las responsables de abrirles los ojos. El ciclo vital es siempre el mismo, da igual cual sea la década encargada de hacerlo girar. Y así, marta llegó a contar varios trozos mas de civilización que se dejaban ver por algún café madrileño, pero de los que mas disfrutaba era de esos tipos paranormales, incalificables y descolgados, imposibles de exterminar y a la vez tan necesario en esta sociedad que vive tan deprisa. Eran, esos pocos, los que daban un toque de extravagante color a la ciudad. Una mañana un hombre de notable nariz entró al café Amelie. Marta se fijó en él primero por su nariz, grande, huesuda. Pero luego encontró algo en el que le impidió quitar la mirada de su persona. Era un hombre de natural elegancia. Uno de esos envidado por la otra clase de hombres que agotan sus tardes en el gimnasio y gastan sus sueldos en trajes con etiquetas de apellidos renombrados. Su vestimenta le resultó a la chica cuanto menos divertida. Calzaba mocasines de exquisita vejez; chinos con el dobladillo demasiado largo; camisa de hilo, de un noviembre veraniego, por fuera y teba verde en mano. El pelo acompañaba su aire despreocupado. Parecía no apreciar demasiado la labor del peine y de la maquinilla de afeitar, pero aun barbudo y despeinado resultaba atractivo. En su informalidad se hallaba su elegancia. No era un hombre estudiado, era intrínsecamente caótico y sugerente. El hombre de la gran nariz de sentó en una mesa alejada. Solitaria. Justo en el ángulo directo de Marta. Pidió un expreso con hielo y Bailys y sacó un libro de tapas duras. En él hizo bastantes anotaciones. Leía, pensaba y anotaba. Parecía analizar cada palabra escrita. La contraportada era sencilla. Azul cian. Marta intento leer el resumen. Siempre lo hacía. Le gustaba clasificar a los lectores, pero esta vez distaba demasiado de las letras, y en su intento solo consiguió ver la fotografía del escritor. No era una gran foto. Era un mediocre retrato de fotomatón. Los fotomatones nunca conseguirán hacer buenas instantáneas, principalmente porque no pueden decirte que vayas a casa, te laves la cara, bebas algo refrescante y vuelvas… Al menos había foto. Es importante conocer la cara de la persona a la que vas a leer. Si vas indagar en su interior, como mínimo debes ponerle cara. Sobre todo para ahorrarte decepciones. No todos los escritores son guapos, bohemios y de ojos azules.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Algunos también regalan sonrisas desinteresadamente…

Nada es gratis. Y tú más que nadie lo sabes. Nadie regala nada a cambio de nada. Ni siquiera una sonrisa. Ni siquiera por sonrisas… Nadie te mirará a los ojos describiendo escalofríos en tu blanca piel Si antes no acuerdas el precio. Ni siquiera el día amanecerá precioso Si tú no le das nada a cambio… Promesas que nunca se cumplirán O quizás si… Tú siempre fuiste mujer de palabra. Pero que es el honor… Quien es honor… Nadie honra si no esta previamente pactado. Honrar por honrar? Es ya cosa de tontos... Solo algunos locos se resisten a no caer en la deshonra. Solo unos pocos son los que nunca desisten… Y es que la fidelidad pasó ya a mejor vida Y si confías, Eres del género necio… No te fíes. Hasta tu caminas solo satisfaciendo deseos… Egoísta? Práctico… Cree en ti mismo para dar zancadas Cree en los demás si deseas caminar como los cangrejos… Nadie regala manzanas Y si lo hacen, asegúrate de que no sea la bruja del cuento… Pero solo hay un problema… Y es que estamos rodeados... Y no son precisamene salmones los que dehambulan por la calles. Piensas encerrarte en una caja de zaptos para siempre? No podrás sortearlos infinitamente, Estan por todas partes... Crees en ti Pero no te califiques como creyente… Creer en uno mismo es fácil, Aunque también a uno mismo se engaña… Pero arriesga para ganar… No cierres los ojos temiendo perder… Mira mas hallá de tus gafas de sol. Cree en los hombres… Algunos también regalan sonrisas desinteresadamente…